sábado, 13 de agosto de 2016

Un tren llegó por la estación de los almendros

     Cuando Chema observó el viernes, detrás del mostrador, que ella se llevaba una caja de galletas rellenas de crema de limón, se extrañó. La señora Marina compraba, invariablemente, los lunes, miércoles y sábados: una barra de pan, un litro de leche y mantequilla.
    Esa tarde se estaba adormeciendo con un documental de ranas de la selva amazónica en la televisión, cuando su marido Luis apareció en el balcón, contemplando cómo la naturaleza despedía al invierno. "¿Hay galletas de limón? -preguntó". Marina no se sobresaltó y bajó a la tienda a comprarlas.
    Decidieron emplear ese tiempo en algo fuera de lo habitual, y esa primera vez, allí quedaron por espacio de dos horas observando el paisaje y comiendo delicias en amarillo. Los entendidos en lo sobrenatural lo denominaban bilocación, pero a ellos les gustaba más llamarle desdoblamiento. No era ni más alegre ni más triste, ni más locuaz ni más reservado, era simplemente el mismo Luis a destiempo, mientras su otro yo se quedaba en la oficina preparando informes. Pasado un rato, se marchaba, y regresaba al atardecer, como era costumbre. El plan del siguiente viernes fue convertir la habitación de la plancha en una pista de baile. En otra ocasión él portaba una caja con la maqueta de un barco. Se dedicaron durante tres semanas a montarlo. Al finalizarlo compraron pasajes para un crucero.
   La pena es que estos desdoblamientos solo duraron lo que la floración de los almendros.



Almendro en flor. Vincent van Gogh. Saint-Rémy 1890



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