jueves, 14 de diciembre de 2023

EL CLUB MÁS EXCLUSIVO

            La luz se apagó de repente en el recinto del festival. Luego vino el estruendo provocado por la estructura del escenario desmoronándose cuando actuábamos Los Ángeles del Averno.  Todos mis colegas murieron de inmediato. Toneladas de hierro, plástico y material eléctrico formaron un conglomerado esquelético, visible al disiparse la polvareda.  ¿Por qué nosotros? El público huyó como una plaga dirigiéndose a oscuras en desbandada hacia ningún sitio habitable. No sólo el evento era en el desierto de Chihuahua a varios kilómetros a la redonda de cualquier asentamiento, —emulando un Coachella alternativo del hard rock—, sino que desconocíamos el desastre terrenal con exterminio humano de fuera. Llevábamos aislados cinco días en acampada, sacando todo el metal de dentro de nuestras entrañas y tan ignorantemente felices. Después llovió, pero no fue agua. Utilizo el símil porque algo caía de las alturas; soy incapaz de describirlo mejor, una especie de notas musicales empapadas de cólera. Volví a preguntarme por lo injusto de aquello en el silencio sobrecogedor mientras salía del hueco donde quedé sepultado y sin embargo ileso. He tenido suerte, pensé y estoy sólo con los muertos. Quise alcanzar a los vivos ya muy lejanos. Imposible, estaba paralizado de manera literal y no me respondían las piernas. No obstante, dudo que llegasen a ninguna parte pues una niebla de color variable se iba cerrando desde el horizonte engulléndoles. A continuación, la voz del promotor del concierto atronó desde una zarza en llamas utilizada a modo de altavoz. Ahora tocarás la trompeta para mí, anunció. Venga, empieza a ensayar, no tenemos una eternidad.

   Viajé, no recuerdo cómo ni durante cuánto, eso lo tengo como en una nebulosa. El caso es que aparecí en el bar social tomándome una cerveza con unos compañeros de orquesta.

    Sobrevivir al Apocalipsis fue una faena. Me he dado cuenta con el tiempo. No es que el lugar esté mal. Tiene un aire sofisticado y lujoso muy atrayente. El ambiente es acogedor, apartado del mundanal bullicio y eso favorece la comunión vecinal. Entre miembros y auxiliares de servicio somos ciento cincuenta mil, bien avenidos… irremediablemente. Resignados se puede decir porque marcharnos resulta inviable: no hay donde ir.  Nos lo dejaron claro al entregarnos las llaves de los apartamentos. 

    El socio fundador programa jornadas literarias para alabanza de su gloria. Su estilo ha evolucionado desde la ira hasta la gracia, vamos, que actualmente cultiva la comedia. Lee sainetes impostando todas las voces, como el de los tiroleses en una aventura submarina. Inspirada y memorable presentación decían los titulares de la gaceta cultural. También aprovecha para colarnos pasajes descartados de su única obra publicada. Aplaudimos para tenerle contento y porque los estatutos nos obligan a loar sus ocurrencias, sin embargo, celebra cada éxito pecando de  soberbia. ¡Anda, y díselo a la cara!  En los intermedios, nos reparten maná para las crisis estacionales de fe, pero yo no mejoro, todo lo contrario. Intuyó un diagnóstico erróneo y mi enfermedad real es el aburrimiento. Esto ya me cansa. Hay rumores de una velada poética con música celestial en proyecto. Ha sido la gota que colma el vaso.

   Llevo dándole vueltas a una idea y la pongo en práctica por fin. Voy a la ventanilla de reclamaciones para solicitar la segunda muerte. Me dan una caja con un impreso autocopiativo de ejemplares para la Sociedad, el Interesado y el Registro General de Almas. Parece fácil, tres hojas de nada, pero el anexo incluido con las instrucciones es un tocho de cinco centímetros y seiscientas páginas de la Editorial Lacrados.  Rompo el sello y estudio con religiosa aplicación al menos el índice. Una vez decidido, lo que quiero, lo quiero ya. Inmediatez es mi lema, por esa razón el tedio me ha desbordado. Relleno el formulario con mayúsculas y seudónimo simulando anonimato (estimo mi nombre original, Buenaventura Virtuoso Santero, poco apropiado allá donde ruego ser trasladado). Hecho.

   ¡Aleluya! En poco tiempo recibo la baja del club y un pasaje para que Anubises Averno parta rumbo a sus deseos. ¡Aleluya!, otra vez, exclamo. He recuperado la fe. Yo tenía razón: fuera del más acá, sí existe algo todavía. ¡Tururú! Aquí dejo la trompeta.




Publicado en el número 59 de la revista mexicana Penumbria

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