sábado, 25 de marzo de 2017

Un día cualquiera con Mambo Chic

Un muchacho negro caminaba vacilante por la avenida con ojos blancos como sal y nieve del Kilimanjaro. Solo la luna le vio dejarlo frente al portal.
Chic la Africana se ha levantado con la cabeza embotada por un sueño nocturno recurrente, banda sonora de tambores incluida. El pez, inflado como un globo y carente de frescura,  está en el suelo cuando ella sale a la calle. Cuidadosamente, asiéndolo con los dedos índice y pulgar de la mano derecha, lo tira al contenedor. Tiene cita con el dentista y en la manicura. Sale de ambos lugares luciendo unos dientes como cuchillos de alabastro y unas uñas decoradas con bonitos dibujos plateados.
De vuelta a casa, siente el ansia de comer aceitunas. Entra en el minimarket de los olvidos, el de todo un poco que han abierto en la esquina hace menos de un mes. Allí, frente a la estantería, desea saber cuántas olivas llevaba exactamente una lata, y la abre. La cajera le increpa, pero el enfado es más porque casi se corta con los filos que presenta el recipiente, que por la bárbara actitud de la clienta. Las uñas de Chic refulgen como acero bruñido.
-No sabía si eran con hueso o rellenas –dice como excusa increíblemente tonta. No llevo las gafas.
-¡Podía haber preguntado! ¿Se las echo en otro recipiente o se lo lleva así?
-Así mismo. –pide. Póngame, por favor, un coco de esos también.
En casa, con la boca llena de esparto tropical, contempla el serpenteante collar de cuentas oliváceas dispuesto sobre la mesa. Su voz resuena sibilante al proferir riendo: sesenta y siete. 


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