Hace un tiempo, llamó mi atención el anuncio de un encierro
literario urbano con todo incluido. El paquete vacacional en agosto estaba de
oferta, compuesto por pensión completa, instalaciones confortables, medios
tecnológicos y como guía, un afamado cocinero de superventas. La organización
aseguraba que, aislado y sin distracciones, saldría de allí con mi novela bajo
el brazo. Lo que yo necesitaba.
Llegué temprano a la dirección indicada en la
reserva, un edificio municipal reconvertido en teatro con programación
interrumpida solo en el periodo estival y una diversidad de salas multifunción.
Las actividades parecían intensas, estimulantes y provechosas. Charlas teóricas
de nueve a una, comida y tiempo libre para trabajar individualmente en nuestras
respectivas obras. En la segunda jornada, ya pusimos en común los progresos
durante el desayuno continental. El ambiente resultó motivador entre colegas en
número de doce más uno, contándome a mí. Tuvimos permiso para ocupar las
estancias que nos inspirasen separadas de la parte escénica mediante puertas
cortafuegos como losas. Ese espacio nos estaba vetado. Fantasmas pululando
entre los ecos del inmenso recinto. Elegí una habitación con jardín en la
planta baja. La verja exterior estaba cerrada. Le pregunté el motivo al ilustre
escritor y la explicación reveló que era un auténtico maestro en estructura
narrativa.
—Preferiría no hacerlo ahora —reconoció—. Es una
sorpresa final.
El colofón del último día fue un escape cuyas pistas
literarias conducían a la libertad del mundo editorial. El profesor nos deseó
suerte, dejó una caja con combinación conteniendo las instrucciones, se despidió
cordialmente y encaminó sus pasos hacia el foro declarando que se iba a la
playa el puente de la Virgen.
Aunque todos somos lectores aplicados, las referencias nos sonaron a ideogramas en chino mandarín y no hemos dado con la clave para salir. Se han terminado las bebidas, los frutos secos y los pastelillos de la máquina del pasillo. Como último recurso, nos queda asaltar los limones y las aceitunas del bar al otro lado… si podemos subir al tejado y descolgarnos desde los palcos. Mientras tanto, hasta la apertura del curso de septiembre, seguimos con las correcciones, las copias infinitas y alimentándonos de sopas de letras. Creo que con ilusión aguantaremos.
Escrito para la celebración del primer aniversario de la Asociación Literaria Singular de La Puebla de Alfindén (Zaragoza). 13 de abril de 2024.
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