Quien se tomó primero el café fue Obnubilia, la chica
contratada apenas una semana antes. Lo presumí amargo, sin el azúcar que no
reclamó a la camarera, y ardiente, por su gesto como de abrasarse la garganta
cuando lo apuró de un trago. Soy un hombre intuitivo, la tenía enfrente y me
percaté del verdadero significado de acto tan temerario: el alivio ante el
final de una cena interminable. Se había mostrado prudente, aderezando la
sucesión de platillos mediocres con formales comentarios, distrayendo el tiempo
estudiándose el centro floral y un cuadro pastoril junto al perchero, por eso, no
reparó en cómo procedimos todos.
Antes de llenar las copas para brindar, retiraron
nuestras tazas, cuyo contenido estaba intacto, sin haber rebajado ni un sorbo
de ninguna, además de frío por la turbulencia de cucharilla en que nos
empleamos a conciencia. Las normas empresariales deben leerse, especialmente el
apartado relativo a eventos antes de acudir a uno. Su incorporación era tan
reciente… Se quedó pasmada cuando le presentaron la factura. La llevé a un
taxi, volví al restaurante y propuse una colecta para compensar el sablazo a su
tarjeta de crédito. También, un trienio antes, yo pagué la novatada y nadie se
compadeció de mí entonces.
¡Lástima! Obnubilia se presentó para renunciar al
empleo, recoger el finiquito y despacharse a gusto al salir. No me atreví a darle
los sesenta míseros euros, veinte recaudados y cuarenta de mi parte. La campaña
navideña será aburrida sin su presencia, un año más, pero casi prefiero que no
seamos compañeros de curro. La llamaré antes de Nochevieja. Me ganó por su
manera de tomar el café y algo que no sé explicarme. ¡Deseadme suerte!
Inspirado en una frase para REC 2021/2022, texto ampliado.
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